A menudo nos preguntamos qué es aquello que nos falta en la
vida. Sabemos y somos conscientes de que nunca tenemos suficiente, que si muriéramos mañana, no estaríamos satisfechos con nuestra vida. Es entonces cuando nos empieza a invadir ese
miedo a envejecer, a que pase el tiempo y nos sigan quedando cosas por hacer. Comenzamos a pensar en todo aquello que nos negamos a hacer, en todos los
caminos que dejamos a medias, en los
sueños que ignoramos. Pero no nos damos cuenta de lo vivido. Los
lugares a los que hemos ido, los
colores, la
lluvia que nos empapa la ropa y nos moja por dentro, la
nieve que nos congela las manos y que se nos mete por el cuello de la camiseta, sentir los rayos de
sol en una mañana de frío, el
cielo morado al atardecer, la sensación de
picor en la garganta cuando se te mete agua salada en la nariz, los
pies cansados de una noche entera con tacones, los labios hinchados de
besar, el rímel por las mejillas de haber estado
llorando, los
amigos que no dejan de arrancarte sonrisas en todo momento, la
música que te pone los pelos de punta y que te deja sin palabras,
aprender algo nuevo cada día...
Yo creo que vale la pena vivir por esas
sensaciones, para mí, la vida es eso.
Experiencias.
Porque envejecer no es malo, envejecer es un premio.
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